jueves, 24 de octubre de 2013

La buena gente

Le hago compañía mientras cocina, como tantas veces. Un ritual de esos que con el tiempo una echa de menos... Mientras cocina solemos tener algunas de las conversaciones más interesantes. M. me habló alguna vez de la importancia de las cocinas, especialmente desde el punto de vista de las mujeres, para las que era el espacio central de sus vidas. A M. le gustaba hablar de espacios, pero esa es otra historia.

Ahora no estoy con M, sino con A. y no hablamos de cocinas sino de acontecimientos recientes. Y me dice "es el peligro de las buenas personas". Las buenas personas. Uno de sus grandes temas. Suele hacer eso, primero suelta la sentencia, luego trata de explicarlo, casi siempre con ejemplos. Esta vez me cuenta una película. Un clásico. Uno de tantos clásicos que no conozco, lo cual me convierte en una persona muy inculta, lo asumo.

Me cuenta la película y como siempre, la visualizo. Hasta puedo ver las caras de los actores y las actrices. Nadie es capaz de trasladarme a otros lugares como ella. Va de cómo la gente, así en grupo, da "sabios consejos" por tu bien. Sabios consejos que te destrozan la vida, que te acercan al precipicio, que quizá te acaban matando. El peligro de la buena gente.

Ella no lo sabe, pero su discurso es muy queer. Siempre lo ha sido. Aunque ella no sentiría a la gente queer como su gente, como sí me pasa a mí.

La buena gente es la que se dedica a mantener las normas sociales. "Una mujer de bien no puede vivir sola". "Ese hombre parece muy buen partido, procura arrimarte a él". Parece. El parecer es importante. La buena gente es la que pone el parecer por delante del ser. La buena gente es la que dice cosas como "por qué ser feliz pudiendo ser normal". La buena gente es la que te echa de tu casa por tu propio bien y generan el vacío social contra quien se queja de la injusticia de hacer eso.

Odio a la buena gente. Sin matices, simplemente lxs odio.

lunes, 21 de octubre de 2013

Vengo a llorar

Solía usar este blog para ordenarme las ideas. O para poner por escrito temas que me daban vueltas por la cabeza durante mucho tiempo. Pero ahora estoy en una de mis épocas de luchar contra fantasmas, actividad a la que dedico casi el 100% de mi tiempo.

Se me ha ocurrido, por ejemplo, venir a escribir lo lamentable que es que se dé la noticia de la reacción de las asociaciones de "víctimas del terrorismo" a la sentencia del tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la "doctrina Parot" sin un mínimo de crítica o contexto. Que digan una barbaridad como "se están vulnerando los derechos humanos de las víctimas de terrorismo"* y no se comente de ninguna manera que decir eso es no tener ni idea de qué son los Derechos Humanos. Que se puede no estar de acuerdo con una sentencia o con una ley, pero no se puede pretender que la venganza es un Derecho Humano. Que no, que no lo es.

Se me ha ocurrido escribir sobre esto, pero el nudo que tengo en el pecho hace que solo me vea capaz de llorar. "Para qué insistir si ya está todo perdido". "A quien coño le importan los derechos humanos". "Tanto matiz, tanta polla, para qué, si luego caen por centenares de golpe, o por millones por omisión". Sé que no estoy de acuerdo conmigo misma, pero éste es mi estado anímico actual.

Así que he decidido venir a llorar.

Por ejemplo, por gráficos como el de este post. Qué asfixiante que es ver las proporciones de sentencias condenatorias respecto al total de violaciones tan gráficamente. Y falta añadir el subgrupo de violaciones en las que la víctima es consciente de que eso es lo que ha sufrido, porque son tantísimos los casos en que la víctima justifica a la persona agresora... He llegado a ese post a través de la mosca cojonera, como tantas veces, en este caso por su artículo sobre muertes por maltrato dentro de la pareja.

Quizá llorar no sea la mejor reacción. Quizá sea más útil romperlo todo. Pero las rupturas nunca se me han dado bien.


*No añado enlaces para no deprimirme más.

miércoles, 2 de octubre de 2013

De armarios y privilegios

No se me ocurriría juzgar a una lesbiana en el armario. Lo entendería como supervivencia. Podría decir que no lo haría porque sé lo que es la homofobia y la lesbofobia, sé lo agobiante que es no poder ir tranquilamente por la calle con una persona que te gusta. Pero lo entiendo mejor por todas las historias que me han contado. Historias en las que la mayoría de personas que las protagonizan consiguen ser razonablemente felices, pero solo después de superar muchos más obstáculos de los que deberían ser.

No sé me ocurriría juzgar a personas que están más o menos al mismo nivel de escala social que yo cuando tratan de sobrevivir como pueden. Mucho menos me creo con derecho a juzgar a personas sobre las que yo tengo un privilegio.

¿Con qué derecho podría juzgar yo a una lesbiana negra sudafricana que vive en el armario? ¿Con qué derecho podría juzgar a una persona transexual o transgénero en prácticamente cualquier lugar del mundo que vive en el armario?

Igual llega un día en que una mujer transgénero que vive como tal pueda acceder en las mismas condiciones que una mujer cisgénero al mercado laboral (ya no digo en las mismas condiciones que un hombre cisgénero, que sería lo suyo, que todas las personas estuvieran al mismo nivel). Igual algún día la muerte de una persona transgénero importa tanto como la muerte de una persona cisgénero. Igual algún día una mujer transgénero pueda circular por la calle sin correr el riesgo de ser agredida por el mero hecho de ser, o igual el riesgo de sufrir una agresión llega al mismo nivel que tenemos las mujeres cisgénero, que tampoco es el ideal pero es bastante más bajo.

Mientras no llega ese día, no creo que yo (con todos mis privilegios cisgénero) sea nadie para juzgar a una mujer transgénero que actúa socialmente como hombre. No seré yo quien juzgue que en realidad en realidad no es una mujer transgénero sino un machirulo infiltrado. Y mucho menos seré yo quien coloque su armario al mismo nivel que el abuso de algunos hombres cisgénero, blancos y heterosexuales dentro de círculos feministas.

Luego dirán que los hombres con privilegios de hombres no deben hablar en círculos feministas, sino callar y escuchar. Quizá sería bueno aplicarse el cuento y callar y escuchar en temas de transgenerismo y transexualidad.

Otro tema es que a nadie se le debería permitir poner en práctica abusos machistas. "A nadie" incluye también a las mujeres que actúan como machirulos (aunque no sea lo mismo, aunque no estén en el mismo nivel social que un hombre reconocido socialmente como tal).