martes, 22 de enero de 2013

Sangre

No me gustan las imágenes de la regla que pretenden que la vea más natural y la acepte mejor y me lleve mejor conmigo misma y todo eso. No me gustan porque a mí, por muy natural que sea, por muy mía que sea, la regla sigue pareciéndome desagradable. Como los mocos, muy naturales, pero poco agradables. O como las babas. Resumiendo, desagradable como suelen serlo los fluidos corporales.

María Llopis habla de la regla, y de nuevo, entro en el artículo porque me gusta leerla, aunque temo encontrar cosas que no me gusten. Pero me sorprende gratamente. Habla de la absurdidad de intentar desconectar de nuestros cuerpos, de nuestros úteros.

Me recuerda cierto dilema mental que tengo desde hace años con esto de la feminidad y la masculinidad... Rechazo el concepto de feminidad más extendido en nuestra sociedad. Lo considero un producto cultural y comercial. El problema es ¿cual es la alternativa? Es muy fácil caer en la trampa de imitar a los hombres, como si la masculinidad tuviera la llave de la libertad, como si pudiéramos olvidar que nuestro cuerpo es distinto y tiene necesidades distintas.

Cierto feminismo lleva la individualidad al extremo. Algo que extrañamente casa muy bien con el neoliberalismo y su economía de mercado en la que teóricamente el bien común se consigue si cada persona busca su bien individual, pensando solo en sus deseos más personales. Pero en esa concepción del mundo, el cuerpo pasa a otro plano, se convierte en una especie de complemento del que se puede y debe sacar partido, pero que jamás es escuchado.

Cuando se habla del trabajo de las mujeres y su problemática, a menudo se piensa en la discriminación tipo tener salarios más bajos, perder un trabajo por estar embrazada, o no poder aspirar a los puestos de más prestigio social. Y creo que se olvida la parte más importante. A los hombres también les sucede, pero con las mujeres es más exagerado, necesitamos estar pendientes de nuestro cuerpo. Si una mujer quiere amamantar, debe existir la posibilidad de que lo haga. Si tiene dolores por la regla, debe poder tomar el espacio y tiempo que necesite. Y todas las personas deberían poder elegir sus tiempos para comer, la gestión de sus horarios en general, la posibilidad de estar cerca de sus hijxs (u otras personas dependientes), etc.

De 1984 una de las cosas que más me aterró fue la infelicidad controlada de la gente como sistema para controlarla. Quizá me aterró porque es uno de los puntos más reales de la novela. En este sistema capitalista lo siento así. No es por unas personas muy listas muy listas que han decidido que sea así, solo es el resultado de aplicar el sistema durante un cierto tiempo. La infelicidad aparece sola al tratar a los seres humanos como elementos puramente productores o consumidores, totalmente desprovistos de ningún valor más allá de esta dualidad. Y a la vez, esa infelicidad alimenta al sistema que la genera, en forma de consumismo o en forma de equiparar la posesión de bienes materiales con el prestigio social.

Está también el tema del pensamiento mágico. Como he dicho alguna vez, yo creo en la ciencia. Sin embargo, no me gusta que el pensamiento científico llegue al reduccionismo de "todo lo que no es ciencia es malo". Creo que el pensamiento mágico a veces puede ser una forma de hablar de la realidad (la realidad tangible de la que trata la ciencia) desde otra perspectiva más útil y pragmática. Especialmente cuando se trata de temas muy complejos, con muchas variables. En algunos de estos casos la ciencia puede encontrarse con que no puede comprender un proceso al ser incapaz de analizar todos los elementos que lo componen. Y sin embargo, un pensamiento mágico puede servir como un análisis macroscópico de ese proceso.

Pienso en algunas teorías sobre alimentación, y pienso también en los procesos hormonales, como los relacionados con la regla. En muchas culturas alrededor de la regla ha habido cierta áurea de magia y mística. De mi etapa de aprender sobre las religiones del mundo, recuerdo que había una sociedad en la que las mujeres durante la menstruación se aislaban completamente del resto de gente; durante aproximadamente una semana vivían en un espacio separado y cerrado. Creo que es el ejemplo más extremo que conozco. No creo que sea muy buena idea seguir su ejemplo, también puede verse como un elemento de su patriarcado, una forma de rechazar a las mujeres... Pero no creo que sea peor que "hacer como que no pasa nada", que es la norma social aquí. Como si la regla fuera una debilidad a esconder. Algo que una mujer debe demostrar que "ha superado".

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