martes, 3 de diciembre de 2013

C.

C. decide que esta noche deberíamos cenar algo. C. empieza a pensar en qué comeremos y llega a alguna conclusión.Visita la despensa y la nevera... y sale a comprar. C. vuelve de la compra, la guarda y empieza a cocinar. Un par de horas más tarde me llama, "a cenaaar". Cenamos mirando la tele, como siempre. C. termina antes que yo, pero se espera a que termine mi plato para levantarse y llevarse su plato y el mío. Yo me quedo embobada mirando la tele, y mientras, C. aprovecha para lavar los platos. El mismo ritual repetido una y otra noche.

C. es un hombre. Desde el feminismo teorizamos sobre el trabajo doméstico, las tareas de cuidado, cómo repartirlas, cómo valorizarlas. Desde los movimientos de izquierdas teorizamos sobre la creación de riqueza, el reparto del trabajo, la cooperación y la interdependencia. C. no habla demasiado, no suelta discursos, no justifica ni se queja ni pide nada a cambio. Se limita a hacer todo lo necesario.

A veces me ofrezco a ayudarlo y me dedico a pelar patatas un rato. A veces voy a comprar antes que llegue la hora límite y consigo preguntarle qué falta, qué necesita. A veces consigo hacer alguna maniobra para ser yo quien lave los platos, porque si lo hago diciendo que voy a hacerlo, nunca me deja. A veces lavo los platos a otras horas, lo que se ha acumulado por la mañana o al mediodía, aunque siempre es menos. A veces limpio un poco la cocina, o alguna otra zona común. Como gran cosa...

C. me cuida, siempre. Y me sonríe cada vez que nos cruzamos. Vivir con C. es hacer un cursillo avanzado de lo que es un hogar y de lo que es la familia, tal y como siempre había oído que debían ser. Por lo escrito hasta ahora, quizá pueda parecer que C. es mi pareja, pero nada más lejos... Nuestra relación se parece más a padre-hija que a otra cosa. A diferencia de la gran mayoría de personas a las que he conocido, aunque quizá dijeran otra cosa, C. cree realmente en la cooperación. Y la pone en práctica a cada momento.

Como ese día... A. estaba llorando, desesperado, como siempre que se enfada. C. lo cogió en brazos y se acercó a la ventana. Y empezó a decirle que se fijara en los coches. Y luego en las flores de los árboles. "Mira, ya están saliendo, aun son pequeñas, pero ya están creciendo; mira esa de allí, qué bonita, ya es grande". C. es el canguro ideal. 

Yo no tengo el gen ese de limpiar y ordenar que se supone que tenemos todas las mujeres. A veces leo que las mujeres debemos aprender a no cuidar tanto, para equiparar las cosas. En mi caso no tiene mucho sentido, y de tenerlo, no me cuesta demasiado aumentar mi grado de tolerancia con el caos. Quizá por eso creo que lo mío es aprender a parecerme un poco más a C. en tantas y tantas cosas... Hacer el esfuerzo de recordar, siempre, que lo que dejo de hacer tendrá que hacerlo otra persona, y que cargar trabajo de más sobre otras personas no está bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario